Las niñas que hoy ocupan parques y pupitres son las mujeres del mañana. Pero antes son las niñas de hoy y nada justifica que nos queramos comer a bocados su infancia para que en el futuro sean mujeres perfectas. Preparadas para ser madres, preparadas para llevar una casa, preparadas para moverse por el mundo, preparadas para ser las mejores en su profesión, preparadas para gestionar sus emociones, preparadas para masticar la frustración y no atragantarse… Si a ti te duele la cabeza de tanto «preparadas», imagínate a ellas.
«La vida es la infancia de nuestra inmortalidad»
-Johann Wolfgang von Goethe-
La infancia no es una lanzadera de mujeres perfectas
La infancia no es la lanzadera de las mujeres perfectas. Por supuesto que no hay padre que no quiere desee sus hijos tengan el mejor futuro. Para eso se dejan la piel en el trabajo todos los días, para eso buscan al mejor profesor y hacen un esfuerzo por multiplicar las horas del día.
El otro día leía un artículo que decía que les preguntábamos demasiado a los niños y quizás sea verdad, lo que me ha enseñado la experiencia es que les escuchamos demasiado poco. Que tienen millones de redes sociales en las que expresarse, pero pocas espacios familiares en los que hacerlo.
Que nadie me entienda mal, no se trata de que ellas decidan, pero sí de que contemos con lo que ellas quieren ahora, incluso con lo que le gustaría en un futuro si nos agenciamos el poder de tomar decisiones por ellas: si asumimos ese derecho y esa obligación, no podemos obviar la responsabilidad que adquirimos con ellas. No se trata de consentir, sino de integrar y de ayudarles a que ellas descubran por sí mismas dónde quieren llegar. Hablo de algo que no tienen nada que ver con que los padres sean más o menos estrictos.
Si les queremos enseñar algo, enseñemoslas que la perfección no existe. Que a lo largo de su vida van a tener que enfrentarse a miedos, y que las valientes no son las que no los tienen, sino quienes los dejan a un lado y los superan. Las que lo hacen una y otra vez mientras observan, de reojo, como esos miedos se hacen pequeños.
«Quienes comparten nuestra niñez, nunca parecen crecer»
-Graham Greene-
Las mujeres perfectas no existen, pero sí las mujeres valientes
Enseñémoslas que la perfección no existe, pero que los miedos se multiplican cuando avanzamos: en la casilla de salida suele haber mucho menos que perder que en las casillas intermedias. Contémoslas que hay victorias que tienen precios que no merecen la pena pagar, porque no merece la pena ser el más popular si por serlo el precio es el acoso, la burla o le insulto.
Mostrarles que antes de asumir cualquier opinión como propia es mejor someterla a juicio. Hagámonos aunque esto suponga que lo hagan con nuestras opiniones y tengamos que dedicar tiempo a exponerlas. No les mostremos que la vulnerabilidad nos hace débiles, porque las corazas con las personas que queremos solo nos alejan de ellas.
Enseñémoslas que ellas tiene un gran poder. El de romper con una pareja al primer indicio de maltrato, el de derribar una puerta e intervenir si sienten que alguien está en peligro, el de decir no cuando reciben una invitación de la que sospechan. Enseñémoslas que la libertad no implica anarquía y que quienes la temen no lo hacen por nuestro bien, por mucho que se hagan acompañar de muchas voces con pancartas y letras escritas a rotulador.
Enseñémoslas que si juntan su poder con la valentía se convertirán en personas que merecerán la pena, y que mientras se convierten en esa persona serán precisamente una persona que merezca la pena. Porque el mientras cuenta, cuenta tanto que si te paras a pensarlo, todo ocurre mientras morimos, mientras vivimos…y en ese mientras rico en perspectivas sucede una cosa y es que la felicidad tiene una extraña simpatía por las personas que merecen la pena.
Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/