Habrá tantas formas de amar como personas en el mundo y eventualmente amaremos a quien sepa correspondernos y con quien podamos proyectar un nosotros sin mayores dificultades y sin cuotas de sufrimiento. Otras veces nuestros sentimientos irán dirigidos a quien no los valore, a quien les dé igual el tenernos o no.
Como nadie está obligado a querer a otra persona, es totalmente válido que el amor no sea correspondido, aunque la validez no aminora el sufrimiento. Evidentemente a todos nos gustaría ser correspondidos, pero debemos aceptar que no siempre ocurre.
Hay amores imposibles, en donde inclusive ambos amándose, están condenados a estar separados, hay amores desfasados en el tiempo, en los cuales mientras uno ama el otro no y viceversa, hay amores fugaces, donde todo ocurre muy intensa y rápidamente… pero entre todos los amores que hay los que normalmente prometen mayor cuota de sufrimiento son aquellos unilaterales, donde está alguien derrochando amor, mientras el otro derrocha indiferencia.
No es sencillo aceptar que no está en nuestras manos procurar ese amor en nuestras vidas, ése que específicamente deseamos a nuestro lado, pero el amor, el gusto, el interés, debe nacer de cada quien.
Puede haber un lapso de conquista, en donde mostremos una parte de nosotros que consideremos atractiva, donde le demos la posibilidad al otro de ver algo más de nosotros, donde inclusive entremos en una competencia por amor.
Pero esto solo es sano si ocurre por un tiempo corto, que no termina por afectarnos o peor por intensificar lo que llamamos conquista, cuando en realidad se ha convertido en un ruego disfrazado o explícito.
Si no le importamos lo suficiente a alguien como para que distinga nuestra presencia en su vida, ¿realmente queremos que sea esa persona en quien depositemos nuestro amor? ¿Sinceramente consideramos que esa opción es la mejor para nosotros? Puede gustarnos mucho alguien, podemos estar enamorados, podemos desear para su vida lo mejor, pero nada de ello justificará el que nos condenemos a nosotros mismos a conformarnos con un poquito, con unas sobras, con un “si puedo”, o un “esto es lo que hay”.
Cuando dejamos de encapricharnos por cosas que evidentemente no nos hacen bien, entramos en una etapa liberadora, donde comenzamos a atraer a nuestras vidas cosas mejores.
Pero si permitimos que otros sean los que establezcan la cantidad de amor que recibimos, viviremos a punta de migajas y de dádivas y nadie merece eso en su vida, el detalle está justamente en entender que todos merecemos lo mejor, especialmente en el amor.
Fuente: Mujer Guru / https://gutenberg.rocks/