La famosa parábola de la flecha envenenada ilustra la simpleza del sistema budista: ocuparse de lo que el momento dicta es el inicio del camino a la liberación.
Buda, al igual que maestros como Pitágoras, Sócrates o Lao-Tse, enseñó fundamentalmente una filosofía práctica, orientada a liberar al ser humano de la ignorancia y el sufrimiento. Estos grandes sabios coinciden también en que es baladí intentar definir aquello que es infinito, inefable e inconmensurable, puesto que cualquier cosa que digamos sobre lo Absoluto será solamente una proyección condicionada de nuestra mente. A veces es mejor ocuparse de cosas más sencillas: un camino de mil kilómetros empieza por un solo paso, como dice el Tao.
En el Majjhima Nikaya, una colección de textos atribuidos a Buda, que forman parte del Canon Pali, se cuenta la que ha sido llamada “la parábola de la flecha envenenada”. La historia es contada por Gautama Buda aparentemente después de que un discípulo estuviera impaciente de escuchar del maestro las respuestas a las “14 preguntas sin respuesta”, las cuales tenían que ver con cuestiones altamente metafísicas (como la eternidad del mundo, la vida después de la muerte, etcétera).
Hubo una vez un hombre que fue herido por una flecha envenenada. Sus familiares y amigos le querían procurar un médico, pero el hombre enfermo se negaba, diciendo que antes quería saber el nombre del hombre que lo había herido, la casta a la que pertenecía y su lugar de origen.
Quería saber también si este hombre era alto, fuerte, tenía la tez clara u oscura y también requería saber con qué tipo de arco le había disparado, y si la cuerda del arco estaba hecha de bambú, de cáñamo o de seda.
Decía que quería saber si la pluma de la flecha provenía de un halcón, de un buitre o de un pavo real…
Y preguntándose si el arco que había sido usado para dispararle era un arco común, uno curvo o uno de adelfa y todo tipo de información similar, el hombre murió sin saber las respuestas.
Esta es básicamente la parábola, si bien a veces es relatada con algunos más detalles, la esencia es esta.
Evidentemente la actitud del hombre herido es absurda y podríamos pensar que es de una necedad inaudita, pero Buda nos diría que a la mayoría de nosotros nos está pasando algo muy similar pero no nos damos cuenta.
De alguna manera todos estamos heridos con esa flecha envenenada –todos estamos muriendo– y hacemos preguntas irrelevantes (por más que sean fascinantes), y le damos importancia a cosas que solamente nos desvían de nuestra realidad. Todos tenemos la oportunidad de salvarnos de esta herida –si abandonamos nuestra importancia personal– pero pocos los hacemos.
Hay muchas cosas que son innecesarias –la verdadera espiritualidad consiste más en eliminar las cosas que son innecesarias que en penetrar construcciones metafísicas y obtener deslumbrantes conceptos filosóficos.
De alguna manera Buda nos está sugiriendo que el camino no es a través de la mente y de sus especulaciones –la mente que es incesante en su duda y en su deseo y que teje laberintos espectrales a la velocidad del pensamiento– sino que el sendero se abre a través de la acción que responde a lo que es necesario, la conducta en armonía con la Ley. Manly P. Hall comenta sobre esta parábola en su libro Buddhism and Psychotherapy:
En la parábola, la flecha es la tragedia inmediata, significando el egoísmo base que se ha convertido en el lugar común de la existencia moral…
No nos damos cuenta de la gravedad de la herida, o estaríamos impelidos a remover la flecha inmediatamente, utilizando cualquier medio a nuestro alcance para liberarnos de los venenos que han sido colocados en la punta de la flecha.
Mientras el ser humano viva apegado a un código de interés personal, justificando el error malinterpretando los patrones universales a su alrededor, nunca podrá conocer la libertad más allá del dolor.[…]
El budismo toma la posición de que cuando un hombre se da cuenta que está viviendo de manera incorrecta, es su obligación moral rectificar su carácter, y si no hace esto debe cosechar sus errores. Es completamente imposible para un ser humano romper las reglas de su especie y evitar el sufrimiento.
Así que debe de decidir cuánto está dispuesto a sufrir, cuánto tiempo está dispuesto a ser infeliz y a vivir sin seguridad como resultado de su ignorancia o falta de valentía.
La parábola de Buda y el comentario de Manly P. Hall, nos invitan a examinar nuestra propia conciencia, nos llaman a atrevernos a ver lo que es evidente.
¿Qué es lo necesario? ¿Qué es aquello que debo hacer antes que otra cosa? Quizá si meditamos –no es necesario tener gran técnica, sí lo es la sinceridad– nos daremos cuenta que lo necesario, lo que justamente debemos hacer, es tan contundente como una flecha enterrada en el cuerpo.
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