Ciertamente el odio es un sentimiento que nos pone a vibrar bajo, que nos hace ver en el otro lo que muchas veces no somos capaces de aceptar en nosotros mismos.
El odio es un sentimiento que han querido equiparar con el amor, sin embargo, poco tienen que ver el uno con el otro, al menos no podemos comparar el odio con el amor real, al verdadero e incondicional…
Donde hay amor, al odio le cuesta entrar y es por ello que en quien predomina el amor, difícilmente considera tener enemigos en su vida.
El amor hace que seamos compasivos con el otro, que asumamos y entendamos que cada uno de nosotros está viviendo un proceso de evolución particular, en el cual podemos equivocarnos, podemos dañar, podemos herir… Incluso sin llegar a reconocerlo y menos a rectificar.
Pero cuando observamos desde el amor, los juicios se distancian, las acciones no se toman de manera tan personal y podemos ser un tanto más condescendientes con quien nos propina alguna herida.
El perdón se trata justamente de colocar amor donde hay dolor. Ese amor va más allá de la acción, está asociado a nuestra esencia, a entender que todos somos uno y que ese perdón es una liberación de cargas negativas que entorpecen nuestros propios procesos.
Quizás en algún momento llegaremos a entender que no hay nada que perdonar, que todo es perfecto tal y como es, que lo que nos ha generado más lágrimas no es más que un acuerdo que ni siquiera recordamos haber establecido.
No recordamos porque no es nuestra mente la que lo ha pensado, no es nuestra boca la que lo ha manifestado, sino que quizás solo es nuestra alma en conjunción con otras, trazándonos la ruta hacia lo que necesitábamos experimentar.
Tal vez a quien podemos llamar enemigo en este momento no es sino una de nuestras almas colaborativas, aquellas que incluso han sacrificado una parte de esta experiencia, para que nosotros tengamos acceso a vivir algo determinado y todo esto en el nombre del amor.
Ciertamente cuando no tenemos odio en nuestro interior, se nos hace más sencillo mirar a los demás con los ojos del corazón, de manera empática, tratando de encontrar en el otro esa parte de nosotros que quizás no conocemos.
Aprovechemos nuestras relaciones, todas ellas son espejos, son el reflejo de lo que somos y que solo se nos muestra a través de alguien más.
Haz lo posible porque en ti prevalezca el amor, que la palabra enemigo solo corresponda a una terminología inaplicable a tu vida, y ojalá que la luz de tu ser ilumine tu camino y siempre te recuerde quien eres en realidad.
Fuente: Sara Espejo – Rincón del Tibet