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Los abuelos nunca mueren, duermen en nuestro corazón.

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Algunas personas son esenciales en nuestras vidas y representan nuestros sentimientos y nuestras emociones de manera intensa.

Los abuelos forman parte de esas personas únicas, tiernas e inolvidables. Simbolizan la complicidad, el juego permisivo, la comprensión y el consentimiento desmesurado que algunas veces enloquece a los padres.

Son nuestros recuerdos benevolentes y de ternura, de historias rebosantes de giros inesperados, de caballeros blancos que flotan en el aire, de cuentos de hadas y del calor de sus manos que son puro amor y comprensión.

¿Cómo no guardar en un lugar preferencial de nuestros corazones a ese abuelo o esa abuela preferidos que han dejado una huella indeleble en nuestras memorias?

Los abuelos transmiten amor y enseñanzas.

Los abuelos no son solamente una guía en el mundo de los niños. Son también eternos cómplices. Prefieren abrazar a sus nietos antes que retarlos y con ellos la vida no es más que risas, recuerdos felices y travesuras.

Los abuelos enseñan paciencia a sus nietos mimándolos y dándoles su apoyo en momentos de crisis en momentos en que pierden algunos de sus padres o a otro miembro de la familia.

Gracias a los abuelos, los niños aprenden también a comunicarse de manera diferente y expresar sus emociones. Ellos tienen otra forma de manejar las situaciones utilizando y compartiendo sus historias y sus conocimientos adquiridos a lo largo de la vida. Esto ayuda a los niños a ver las cosas desde otra óptica.

Los abuelos transmiten el gusto por cosas simples como la cocina, la jardinería, juegos que jugaban de chicos así como las tradiciones y las historias familiares. ¿Acaso no recordamos con afecto anécdotas contadas por nuestros abuelos y ahora se las transmitimos a nuestros hijos? Los abuelos son también fuente inagotable de canciones, cuentos populares y tradiciones plagadas de enseñanzas.

Queda un poco lejos la época en que los niños, los padres y los abuelos vivían todos bajo el mismo techo y compartían el mismo día a día. Hoy, las relaciones familiares a veces son complicadas y distendidas. En algunas familias suelen acontecer situaciones de divorcios, separaciones, familias ensambladas, monoparentales y los lazos que se tejen con los abuelos a veces tienen baches impidiendo que se construya una relación sólida. Es esencial hacer todo lo posible por mantener esta unión, favoreciendo al máximo toda oportunidad de relacionarnos.

¡Piensa que es un regalo precioso para nuestros hijos!

Desgraciadamente, no todos hemos tenido la oportunidad y la suerte de conocer a nuestros abuelos. El tiempo hizo su trabajo y muchos han dejado el mundo cuando éramos muy pequeños o incluso antes de que naciéramos. Algunos hemos tenido la suerte de forjar un vínculo con estos seres adorables y construir recuerdos como muchos sí tienen la vocación de hacer hoy. Entonces, así como hay quienes lamentan la ausencia de los abuelos, otros deben aprovechar al máximo todos los años que puedan compartir con ellos. No perdamos la oportunidad de que nuestros hijos creen un vínculo con esta fuente de amor inagotable.

Los abuelos, siempre están disponibles.

Un abuelo nos cuenta sobre esto: “conmigo, mis nietos tienen derecho a ir a su ritmo y tomarse el tiempo necesario. Cuando decido dedicar todo mi día a ellos, no tomo ningún otro compromiso y hacemos grandes caminatas por el bosque, almorzamos a cualquier hora, vamos a la piscina, preparamos grandes meriendas y descansamos. No me preocupo por nada, no tengo responsabilidades en cuanto a su educación y sólo nos dedicamos a disfrutar. Además, casi nunca me enojo. ¡De hecho, soy mucho mejor abuelo de lo que fui como padre!”

El psicoanalista Felipe Jeannet explica: “los adultos creen que lo que tienen para transmitir no tiene importancia y en esto se equivocan. Tienen mucho para transmitir. Si deben renunciar a la ilusión de controlarlo todo, no deben renunciar a transmitir a sus niños una enorme confianza en los adultos, en el ser humano, en la capacidad de creer en la belleza de la vida y en la creatividad.”

Cuando los miedos y los sentimientos de inseguridad se hacen presentes en los niños, los abuelos cumplen con el rol de transmitir seguridad y confianza.

¿Cómo hablar con los niños de la muerte de los abuelos?

Hoy, muchos abuelos tienen más tiempo para dedicar a sus nietos que las generaciones precedentes. Las familias son menos numerosas, los niños llegan a veces tarde a nuestras vidas y hacen que nuestros padres, algunas veces jubilados y desde hace mucho tiempo sin niños en la casa, tengan más tiempo disponible para sus “pequeños amores”. De modo que cuando llega el difícil momento en que debemos enfrentar la muerte de uno de ellos esto es algo muy difícil para nuestros niños y también para nosotros.

¿Cómo ayudarlos a superar esta pena?

Ariana vive a su manera el suelo de su abuela Carmen que falleció hace algunas semanas después de una larga enfermedad. La niña tiene una comprensión bastante limitada de lo que significa la muerte pero con sus propias palabras dice que “su abuela se fue allí, muy alto al cielo con unas pequeñas alas en la espalda y que Jesús la curará allí donde está”. Ese parece ser su principal consuelo a pesar de tener tan sólo 3 años.

Félix, que pronto cumplirá 9 años, vivió su duelo de otra manera. Tenía sólo seis años cuando falleció su abuelo aun siendo muy joven, pero ya comprendía la noción de irreversibilidad de la muerte. Incluso el mismo le explicó a su abuela que sabía que ya no volverían a ver al abuelo Julio. Y sin que nadie se lo hubiera dicho, él solo se hizo una imagen mental de lo que era la vida después de la muerte. “El abuelo es como el universo. Está muy lejos, mucho más lejos que el cielo. Allí hay árboles, lagos… ¡Es como la Tierra pero diez veces mejor!”

Es difícil explicar la muerte a un niño y lo que sucede después, porque aun a pesar de nuestras propias creencias personales, no tenemos respuestas claras para darles. Sus preguntas nos desorientan, sus reflexiones nos hacen dudar y a veces hacen que nos cuestionemos nuestras propias certezas.

Lo que los estudios demuestran claramente es que alrededor de los siete u ocho años, los niños sabrán tanto como nosotros sobre el concepto de la muerte. Es decir, a esta edad ya pueden entender que es el fin de la vida física, que es irreversible y que es el final que a todos nos va a llegar.

Cuando los niños tienen alrededor de tres años, sólo comprenden lo que ven y tocan. Es lógico que formulen muchas preguntas en cuanto o aspectos muy concretos de la muerte de los abuelos. Aparecen preguntas como “¿está durmiendo? ¿Se va a despertar?”. Tal vez incluso nos pregunte si podrá verlo.

¿Cómo responder a sus preguntas?

Aquí debemos actuar de la manera más simple y más franca que podamos, sin ir más allá de lo que el niño nos pregunte. Si la respuesta que le hemos dado no es clara, no tengamos miedo porque lo más probable es que vuelva a preguntar.

Dependiendo de las edades, los niños podrán preguntarnos sobre aspectos más difíciles de abordar como si los abuelos pueden vernos o escucharnos todavía o si son solamente las personas mayores las que mueren. Esto podrá aumentar su angustia o su miedo durante algún tiempo, porque la respuesta lo hará entender que cualquier persona puede morir incluso los que más quiere, como mamá y papá. En este momento entenderá que esto le puede pasar a él mismo y hará que la ausencia de los abuelos que fallecieron y la idea de que nunca más podrá volver a verlos, haga mucho más dramática su vivencia del aquí y el ahora.

Los niños tendrán su propia pena y al mismo tiempo se verán afectados por la reacción de sus padres y del resto de la familia. Para él, los adultos son personas fuertes e invencibles y verlos tristes y vulnerables puede generarles un sentimiento de inseguridad. Sin embargo, esto no debe llevarnos a tener miedo de mostrar nuestros sentimientos y sobre todo de hablar del tema con ellos. Esto también es un aprendizaje penoso, pero necesario. Entendamos que explicar nuestra pena, nuestro dolor; contribuirá a aliviar la de ellos e incluso, a dejar que fluya.

Poco a poco, con el tiempo que a cada uno le lleve, la pena del niño se atenuará. Volverá a su vida normal, comenzará a reír, a divertirse y a distenderse. Se sentirá cómodo hablando del tema, recordando buenos momentos vividos con los abuelos. Tal vez necesite y quiera conservar una foto o un objeto que los recuerde. Esto le permitirá pensar en ellos y conservar el amor y los recuerdos bien presentes en su corazón.

Existen hechos de la vida que pueden ser dolorosos, pero para los que debemos preparar a nuestros hijos. También forma parte de educar.

Fuentes: http://www.haztesentir.mx/ https://saludable.guru /